Llevo una onza troy de plata. Voy a cambiarla por unos dátiles de la luz radiante, los famosos Deglet Nour, y por unos tragos de agua caliente con sabor a chivo. Aquí nada tiene un valor absoluto. Todo es relativo. Debo de andar entre Timimoun y In Salah. Curiosamente el pastor rechaza la moneda; señala mis gafas y hace ademán de retirar el agua. Le ofrezco sin dudarlo las gafas, y me da agua. En un cuenco me ofrece los deliciosos dátiles. Me recuerdan a aquellos que comía cuando era pequeño, de El Monaguillo, creo, en la confitería La Mexicana de Córdoba. Cuantos años y cuantas personas... Oscurece. En febrero quizás tenga que regresar al Aaiun.
martes, 27 de enero de 2009
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