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lunes, 15 de octubre de 2007

Tashkent

La primera vez que vi al Sr. D. Pedro Bourkaib, Consul Honorario de España en Uzbekistán, fue en la recepción del Hotel Dedeman, en Tashkent. Vestía una chaqueta azul marino y unos pantalones beige, corbata oscura y zapatos negros. Ese aspecto tan cuidado, unido a su corpulencia y a su cabello blanco, me dieron la impresión de encontrarme delante del estereotipo del diplomático por excelencia, impresión que corroboró con sus primeras palabras. Craso error. Una vez que mi recordado amigo Pedro, Don Pedro para todo el que no era español, te saluda y te explica, así por lo alto, las normas básicas para "no moverte" por Tashkent, la cosa cambia radicalmente. Para poner en marcha a los empleados uzbekos del consulado, continuamente se acuerda de los parientes de todo el que anda en un radio de 10 metros. Maldice el aire acondicionado que no funciona correctamente, el tráfico kamikaze de las carreteras uzbekas mientras nos desplazamos de un ministerio a otro, las botellas de Fanta que toma continuamente, por no estar lo suficientemente frías, y al chófer del consulado, que como buen uzbeko y mejor conductor hace con el coche -un Daewoo con 180.000 kilómetros- lo que le sale de sus cojones, saltándose semáforos, rayas continuas y límites de velocidad, todo ello bajo el paraguas que por esos lares concede la D de diplomático en la matrícula del automóvil.

Parece imposible que, en medio de ese maremagnun de órdenes que da continuamente y maldiciones a diestro y siniestro, no tenga para nosotros sino palabras de amabilidad, mostrando continuamente una sincera preocupación para que nos sintamos como en nuestra propia casa, logrando, al menos yo así lo he sentido, que te encuentres protegido en todos los aspectos mientras estás a su lado.

Pese a su actitud, que podría dar a entender lo contrario, todos los empleados del consulado le respetan y sienten afecto -creo que sincero- por él; especialmente el traductor y el chófer; que a sus espaldas nos indican que D. Pedro es una excelente persona, efectiva en su trabajo, pero cascarrabias, por la edad. Fue un verdadero placer compartir con él un referesco al atardecer, y especialmente los almuerzos en el restaurante Jumanji.

No he llegado a comprender, en los ocho días que estuve retenido en Uzbekistán, si era D. Pedro, el traductor o el chófer, quien realmente movía los hilos de aquella situación en la que cada vez nos exigían mas documentos para abandonar el país. Lo cierto es que aparentemente mandaba en aquella procesión D. Pedro; que la procesión cumplía más o menos con el horario previsto, que hacía cada parada en el momento justo que un funcionario quería una "saeta", y que de una forma u otra logramos nuestro objetivo, regresar a España.

Siempre agradeceré al Sr. D. Pedro Bourkaib la atención que me prestó, mucha más de la que debía por su cargo, haciendo que en ningún momento me encontrara solo en un país lejano y extraño. Su comportamiento para conmigo, como diplomático y como persona fue ejemplar.

Le reitero mi invitación para que visite mi ciudad, que es la suya, pues aquí vivieron sus antepasados.

Quedé atrapado en aquel lugar porque no tuve valor para continuar. Pero esa es otra historia.

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